Nacido en la villa de Talarrubias, provincia de Extremadura (España), llegó a Venezuela en junio de 1757 llamado por su pariente el obispo Diego Diez Madroñero, quien deseaba como en efecto ocurrió, hacerlo sacerdote. Para ello ingresó en la Real y Pontificia Universidad de Caracas, donde se graduó de bachiller y estudió filosofía y teología.
Tras recibir de sus manos la orden sacerdotal, el Obispo lo designó secretario de la Diócesis, cargo que ejerció hasta el fallecimiento del prelado cuando se hallaba de visita pastoral en Valencia, el 3 de febrero de 1769. Ese mismo año, 30 de septiembre, la Diócesis erigió el Curato de San José de Chacao, y lo encargó del mismo en calidad de titular.
San José de Chacao era entonces un pueblo asentado en el valle de Caracas, con poco más de 2 mil habitantes, que había sido fundado oficialmente un año antes –19 de abril- por el Capitán General José Solano y Bote, coincidiendo con el período de mayor productividad económica de la provincia durante la colonia. La introducción, poco tiempo después, de un cultivo tan importante para la Venezuela del siglo XIX como lo sería el café, se dará precisamente en fundos del recién fundado pueblo de Chacao.
Sabio y elocuente, el Padre García Mohedano, como solían llamarlo sin anteponerle el García que era su primer apellido, comenzó a ganarse la voluntad de los pobladores y a incorporarlos al trabajo reivindicativo de una mejor iglesia, pues el templo existente estaba muy abandonado y carecía de lo más elemental. La misma tierra feraz de aquel lugar podía dar los recursos para llevar adelante no sólo la obra de la Iglesia sino la que tenía que ver con la caridad y la asistencia social. Así nació la idea de sembrar café tal como lo hacían con éxito sorprendente los franceses en Martinica de donde se estaba propagando a otras islas de las Antillas.
El clima de Chacao se prestaba bien para el cultivo del cafeto, árbol de la familia de las rubiciáceas, con cuyos granos daban una infusión estimulante de gran demanda y consumo, por lo que el Padre García Mohedano aspiraba hacer lo mismo que los padres capuchinos aragoneses en las regiones del Orinoco desde 1740 y los jesuitas en los valles occidentales, especialmente en Mérida.
El Padre Mohedano (como el pueblo le decía suprimiendo el García) echó mano a la obra comenzando por un vivero en la floresta de la casa parroquial con semillas traídas de las Antillas. Luego, con la colaboración de don Bartolomé Blandín y don Pedro de Sojo, sumados al proyecto con sementeras en sus particulares haciendas, se propuso la siembra de unas cincuenta mil matas. El resultado obtenido indujo a otros hacendados a inclinarse por plantaciones similares que fueron extendiéndose a casi todas las provincias.
En 1784 se dio la primera cosecha y narra la tradición que el Padre Mohedano al probar la primera taza humeante del clásico negrito de nuestros días, expresó gozoso de emoción: “Bendiga Dios al hombre de los campos, sostenido por la constancia y por la fe; bendiga Dios el fruto fecundo, don de la sabia naturaleza, y a los hombres de buena voluntad”.
Con los proventos de su hacienda de café, llamada San Felipe, el Padre Mohedano logró edificar una hermosa iglesia, desgraciadamente derribada por el terremoto de 1812, proveyéndolo de imágenes, ornamentos y vasos sagrados. En su casa tenía además, una botica para suministrar gratis los remedios a los pobres; y así su caridad le hacía atender, tanto a las enfermedades del alma como a las enfermedades del cuerpo, acudiendo a aquéllas con consuelos espirituales y a éstas con su no escasos conocimientos de medicina.
En 1798, la silla episcopal de Guayana quedó vacante al ser promovido monseñor Francisco de Ibarra y Herrera, al arzobispado de Caracas. Había entonces que buscar un candidato y a la Corte de España llegó el nombre del Padre Mohedano, conocido en Europa no sólo por haber fomentado con notable éxito el cultivo del café en la provincia de Venezuela (Caracas) sino por su elocuencia, espíritu progresista y labor caritativa, de manera que el monarca Carlos IV no tuvo inconveniente para expedir la Célula de su postulación ante el Sumo Pontífice Pío VI y el 5 de agosto de 1800 fue preconizado. Antes y mientras se le despacharan las Bulas, el Rey expidió cédula de ruego y encargo para que pasase a asumir el gobierno de su Diócesis, lo que hizo a través del doctor Remigio Pérez Hurtado, designado Provisor al efecto.
Las Bulas fueron enviadas con don Diego Romero y Montero, quien viajaba a Caracas a encargarse de la Fiscalía de la Real Audiencia, cargo que nunca ejerció por haber fallecido en el trayecto y sepultado en la isla de San Thomas. De manera que las Bulas llegaron retardadas y no fue sino el 16 de agosto de 1801 cuando el arzobispo Monseñor Francisco de Ibarra y Herrera pudo consagrarlo en la Catedral de Caracas en presencia de una nutrida asistencia de fieles atraída por el afecto y carisma del flamante prelado.
El pueblo de Chacao, sensibilizado por la ausencia de su párroco a cuyas oraciones estuvo apegado durante tantos años, quiso perpetuar su memoria colocando en la sacristía de la iglesia su retrato al óleo, ya con el traje episcopal, pero siempre el rostro reflejando su humildad característica en aquel cuerpo enjuto, signo evidente de la vida austera y penitente que hacía.
Juramentado en Caracas por el Capitán General, Guevara Vasconcelos y preconizado por el Arzobispo Ibarra y Herrera, el nuevo prelado embarcó por el puerto de La Guaira en el primer barco que tocaría en Guayana. Llegó el 23 de diciembre de 1801y los angostureños junto con el gobernador don Felipe Inciarte y autoridades civiles y eclesiásticas lo recibieron jubilosamente, pero ya Monseñor Mohedano estaba en una edad avanzada, sufría algunos males y le costaba subir la cuesta sobre la cual crecía a duras penas la ciudad de Angostura.
La Diócesis que abarcaba una jurisdicción demasiado extensa, desde toda la Guayana hasta la Nueva Andalucía, incluyendo Margarita, Coche y Trinidad, era cubierta por 66 sacerdotes seculares y un considerable número de religiosas, pero la capital carecía de templo. El gobernador anterior, don Miguel Marmión, había desviado hacia la terminación de la Cárcel los recursos establecidos para los trabajos de construcción de la Catedral y ésta, por lo tanto, se hallaba inconclusa. No obstante, Monseñor Mohedano trató de concluir la Catedral adelantada por su predecesor Monseñor Ibarra y Herrera, quien sólo había encontrado sirviendo de iglesia un salón de 37 varas con dos puertas laterales a la plaza mayor. Para avanzar en la fábrica, Monseñor Mohedano reunió una junta de comerciantes a quienes excitó llevar adelante la santa empresa, no obstante las trabas impuestas por el gobernador.
Mientras se trabajaba, los oficios religiosos ocurrían en la sala de la Casa Episcopal situada frente a la propia Catedral, hoy sirviendo a otras funciones, pero conservando en el frontispicio el escudo de la Diócesis. De manera, que una de las primeras tareas del segundo Obispo de Guayana fue gestionar ante el gobierno real de España, los recursos necesarios para terminar de construir la Catedral y mientras llegaban –nunca le llegaron- trataba de ocuparse de satisfacer otras necesidades prioritarias como la educación que prácticamente no existía como se percibe en parte del tenor de una carta suya del 4 de junio de 1804 referente a un religioso que el Guardián de los Observantes le había enviado para el servicio del curato castrense: ¨...es fervoroso, laborioso y activo. Y lo que más me ha llenado de gozo es que está resuelto a abrir clase de latinidad de que tanto necesita Guayana, que ni siquiera tiene Escuela de primeras letras para instruir tantos niños blancos que hay en esta capital... he conseguido y acaso estará en camino, un sujeto que para enseñar primeras letras pocos le harán ventaja, aspira al Sacerdocio y su conducta es ejemplar... ¨
No le faltaron al Obispo inconvenientes con algunos religiosos negados a aceptar ciertas competencias y en ese sentido siempre estuvo favorecido al final de las apelaciones. Tal el caso de los Religiosos Observantes del Colegio Apostólico de Barcelona a quienes la Real Audiencia de Caracas ordenó acatar las disposiciones del diocesano. Otro caso es el de la incorrecta costumbre de intervenir en el examen y calificación de los opositores practicada en su Diócesis por los Asistentes Regios en las oposiciones a Curatos. El Fiscal del alto tribunal advirtió a los Asistentes Regios debían únicamente limitarse a presenciar los actos de oposición.
El tiempo avanzaba para solucionar los problemas de la Diócesis, no así para aplacar los males que azotaban la humanidad magra de Monseñor Mohedano. Llevaba dos años y diez meses al frente de la Diócesis cuando sus males se agravaron y falleció el 17 de octubre de 1804, casi octogenario y bajo la asistencia de su provisor Domingo Remigio Pérez Hurtado y vicario José Ventura Cabello. Sus restos fueron inhumados en la propia Catedral.
Tocó al doctor Remigio Pérez Hurtado informar del deceso a la real Audiencia de Caracas en estos términos: ¨... se agravó tanto la enfermedad nerviosa de que habitualmente adolecía el expresado Reverendo segundo Obispo difunto, de suerte que vino a quedar tullido y valdado; por cuya causa desde el mes de noviembre de 1802 en adelante no pudo ni aún celebrar el santo sacrificio de la misa, consagrar óleos, conferir órdenes mayores, ni menos predicar la divina palabra que con tan ardiente y fructuoso celo acostumbraba hacer por su propia digna persona ...¨
En 1841, cuando al fin terminaron los trabajos de construcción de la Catedral bajo el apostolado del obispo de Trícala, Mariano Talavera y Garcés, éste hizo abrir la sepultura de Monseñor Mohedano, recogió las cenizas y las depositó en una bóveda hecha en el Altar Mayor, al lado del Evangelio, con la siguiente inscripción grabada sobre una lápida de mármol: ¨Aquí yace el Y.S.D. José A. Mohedano, segundo obispo de Guayana que murió el 17 de octubre de 1804. Sabio, piadoso, humilde, caritativo. Fue modelo de su grey. Yntroductor del café en Venezuela¨. Las cenizas de nuevo fueron reubicadas en 1979 debido a la reconstrucción y restauración de la Catedral conforme a los planos originales hallados en los Archivos de India. Entonces, monseñor Samuel Pinto Gómez, Deán y Vicario General de la Diócesis, las depositó en la nave de Santo Tomás, patrono de Guayana, en fosa común junto con las de los obispos Antonio María Durán y Miguel Antonio Mejía.
En 1896, dentro del marco de las celebraciones nacionales realizadas en torno a la inauguración de un cenotafio conmemorativo del Generalísimo Francisco de Miranda en el Panteón Nacional, el Club Agrícola de Caracas, corporación de hacendados del valle del Avila, aprovechó la ocasión para develar un medallón con la efigie del Padre Mohedano en acto solemne celebrado en la Casa Amarilla y en el cual Francisco Izquierdo Martí, tuvo a su cargo el discurso alusivo.
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