martes, 28 de febrero de 2012

MONSEÑOR SAMUEL PINTO GÓMEZ

            Antes de la edad prevista pues apenas tenía 24 años, por lo que debió gestionar dispensa de la Santa Sede, se recibió de sacerdote – 21 de diciembre de 1947- en la iglesia de la Universidad Pontificia. El único ordenado, tan sólo varios Diáconos de compañía, y con todos los méritos, incluso el de haber socorrido en el Seminario a muchos moribundos y heridos durante la Guerra civil española (1936-1939).
            En 1951, cuando se hallaba como pichón de párroco en Los Picos de Europa, uno de los rincones turísticos más bellos, decidió a instancias de Monseñor Gómez Villa y no obstante lo bien que se hallaba en aquel augusto paraje, correr la suerte de un país -Venezuela- del que poco conocía y del que llegó a conocer demasiado desde lo más profundo de Guayana, donde se internó un mes de marzo como párroco de Tumeremo, entonces los caminos eran de tierra y de bestias.
            Por esa vía se hizo pastor de los pueblos que se extienden más al Sur de Guasipati y el Callao, incluyendo las Colonias Móviles de El Dorado, en donde ejerció la capellanía y aprendió muchas lecciones que le sirvieron de base para actitudes posteriores dentro de la Iglesia. De tal manera que su primera catequesis la recibió en Guayana, pero bien hundido, porque para aquella fecha (1952) nadie había llegado hasta el Dorado en condiciones de atender espiritualmente a los desadaptados de la sociedad.
            Pasada su prueba de fuego en el Sur, el obispo Juan José Bernal Ortiz, lo reclamó para que trabajara a su lado en Ciudad Bolívar y así ocurrió durante 14 años, tiempo durante el cual fue testigo activo de situaciones muy interesantes que transformaron canónicamente la Diócesis de Santo Tomás de Guayana, como se llamó hasta 1953 cuando pasó a llamarse Diócesis de Ciudad Bolívar y finalmente Arquidiócesis, en 1958.
            Guayana abarcaba todo el Estado Anzoátegui y Monagas, lo que suponía, en su caso y por ser el sacerdote más joven de la curia, tener que desplazarse frecuentemente de un lugar a otro cubriendo todos los rincones de esas entidades federales, para asuntos meramente eclesiásticos. Afortunadamente, por decreto consistorial del 53, fue creada la Diócesis de Barcelona y en julio de 1958, elevada a la jerarquía de Arquidiócesis la Diócesis de Ciudad Bolívar y a la categoría de Diócesis la Iglesia de Maturín, desmembraciones éstas que dieron lugar a un reacomodo jurisdiccional que se traduciría en gestiones más fluidas, prácticas y efectivas. Y así continuaba Monseñor Samuel Pinto Gómez acumulando vivencias y experiencias profundas que aprovechaba como sostén en su vida sacerdotal para ciertas determinaciones y posiciones dentro de la Iglesia de Guayana.
            En los primeros diez años de vida sacerdotal –1957-1967- vivió en carne propia,  como sacerdote de la curia bolivarense, acontecimientos como el concilio Vaticano II en 1962, en cuya apertura se vio entre 2.500 obispos, asistiendo en calidad de Secretario al Arzobispo Monseñor Juan José Bernal Ortiz como a Monseñor Gómez Villa, Vicario Apostólico del Caroní.
            La feliz coyuntura o privilegio que tanto lo colmó, sirvió para que desde Roma, el Pbro. Samuel Pinto Gómez pudiera llenar su deseo de visitar la mayor parte de Europa. Gran impresión le produjo entonces cómo grandes ciudades, especialmente de Alemania, desbastadas por el incesante bombardeo de la Segunda Guerra Mundial, pudieron superar su trauma y borrar materialmente todo vestigio de la conflagración.
            Cuando regresó se reintegró a su actividad normal, incluida la educación que le agradaba y ejercía con fervor porque le parecía productiva y estimulante su presencia en el Liceo para la formación integral de los cientos de alumnos que pasaron por sus manos, entre ellos, personajes importantes de la vida pública regional y nacional.
            Vivió y escribió el hecho de la firma por el Presidente Raúl Leoni y el Canciller Marcos Falcón Briceño, del Modus Vivendi que rige las relaciones entre el Gobierno de Venezuela y el Vaticano. Aceptó servir por una temporada de dos meses en el Asilo de Ancianos San Vicente de Paúl, que se transformaron en 22 años de labor ininterrumpida, una gran lección de vida, agradable y trágica también por aquellas familias que buscaban para encerrar a sus ancianos porque a pesar de quererlos mucho, estorbaban en sus casas.
            En 1986 hubo de despedir a Monseñor Juan José Bernal Ortiz al Arzobispado de Los Teques y saludar la presencia de Monseñor Crisanto Mata Cova como Segundo Arzobispo de Ciudad Bolívar (1996-1986). El que se iba y quien llegaba eran prelados con distintos estilos de trabajo. Monseñor Bernal, el hombre de escritorio, de pensamiento profundo, de estar horas y horas leyendo en ese viejo Palacio por donde pasaron tantos Obispos, y Monseñor Mata, hombre de acción en los barrios, caseríos, que no paraba y establecía misiones lejos, entre las diversas comunidades indígenas.
            Y así transcurrieron sus primeros diez años de su vida sacerdotal en Ciudad Bolívar, que fue de asentamiento definitivo de la Arquidiócesis y de allí en adelante con el trabajo de Monseñor Mata Cova, bastante fructífero, especialmente en la floreciente Ciudad Guayana. Si bien el territorio se acortó, aumentan las parroquias y aumentó el número de sacerdotes.
            En tiempos del Arzobispo Mata Cova resalta la reconstrucción y restauración de la Catedral, utilizando entonces en su lugar la vieja Iglesia de las Siervas. Estas se ausentaron del Casco Histórico para irse a las afueras donde ahora el ruido de las gandolas no les permite orar. En aras de la tradición era importante permanecer en esa antigua capilla de estilo gótico, no sólo por lo apacible y la tradición misma, sino también por lo que significa la Iglesia de la calle El Rosario como punto de referencia religiosa del centro, en tornó a la cual se desenvolvió la ciudad durante muchos años. En ella Monseñor Maradei se inició de monaguillo al igual que a Monseñor Lizardi.
            En septiembre de 1977, Monseñor Pinto que era Deán o cabeza del cabildo de la Catedral, nombrado desde 1936 por el Papa Juan XXIII, estaba de lleno dedicado a sus clases en el Liceo cuando el Arzobispo Crisanto Mata Cova lo llamó requiriéndolo para que le resolviera el problema de la Catedral que se hallaba sin pastor. Luego de pensarlo bien durante 48 horas, aceptó ser párroco por tres meses que se alargaron pasando los 20 años.
            Hasta 1979, la Arquidiócesis tuvo jurisdicción sobre todo el Estado, pues ese año volvió a ser reducida. Por la necesidad de atender de manera más eficaz a la feligresía, Su Santidad Juan Pablo II creó la Diócesis de Ciudad Guayana, correspondiendo el primer gobierno eclesiástico a Monseñor Medardo Luzardo Romero. Posteriormente la Diócesis fue ampliada a El Callao, Piar, Roscio y Sifontes.
            También correspondió a Monseñor Luzardo, junto al Arzobispo Crisanto Mata Cova, ser anfitrión de la primera visita de un Pontífice a Guayana. Juan Pablo II, el Papa Peregrino, visitó Guayana el 29 de enero de 1985 y ofició una misa en Alta Vista de Puerto Ordaz. Monseñor Pinto tuvo posteriormente el privilegio personal de volverlo a ver en una entrevista que el Papa le concedió en el propio Vaticano.
            Cuando el Arzobispo Crisanto Mata Cova solicitó al Vaticano su renuncia por cansancio y salud quebrantada, pues todavía no había cumplido la edad reglamentaria (75 años), la Santa Sede la aceptó y nombró tercer Arzobispo al actual, Monseñor Medardo Luzardo Romero.
            Apenas llegó a la ciudad, se le presentó a Monseñor Pinto en la Catedral y su conversación, acaso porque estaba ante el sacerdote más antiguo de la curia, se hacía larga hasta que de pronto sacó de su sotana un sobre y le dijo: “Monseñor, he decidido designarlo Vicario General de la Arquidiócesis”.
            Monseñor Pinto, un tanto incrédulo o sorprendido, respondió que Vicario General y Párroco de Catedral al mismo tiempo es un ejercicio jurídicamente incompatible. Pero el Arzobispo insistió y Monseñor Pinto tuvo que aceptar. Se enorgullecía de su obediencia y disciplina y de no haber tenido problemas con sacerdote alguno y menos con prelados de mayor rango. Era evidente su concepto de la jerarquía y aceptó la responsabilidad, no por su clase de dignidad, sino simplemente porque lo apreciaba como un puesto más de servicio y un compromiso mayor con la Iglesia de Guayana.
            Con motivo de sus cincuenta años de vida sacerdotal en 1997, me tocó entrevistar para la prensa a Monseñor Pinto y en esa ocasión se manifestó complacido de lo completamente organizada que estaba la Arquidiócesis y afirmaba que en ello tenía mucho que ver la capacidad intelectual de Monseñor Luzardo, quien sentado en su escritorio, frente a la computadora, sabía manejar todos los aspectos, todos los asuntos que conlleva la administración general de la Arquidiócesis que, aun siendo pequeña en personal, no deja de ser extensa y con numerosos problemas. Basta con señalar –decía- que tiene centros misionales muy alejados de la ciudad, donde es difícil llegar por lo costoso del transporte. La Arquidiócesis atiende pueblos y municipios que se extienden la parte Sur-Occidental del Estado Bolívar, donde está Cedeño con cabecera en Caicara, provisto de un territorio inmenso, asistido por tres sacerdotes que se desenvuelven extraordinariamente bien.
            Monseñor Pinto conoció la Arquidiócesis cuando sólo había 2 parroquias: Catedral y Santa Ana. Ahora tiene once y no sólo las parroquias en sí, sino los párrocos y diversas instituciones y grupos de religiosas: dominicas, lourdistas, siervas, franciscanas, pastoras y Fe y Alegría, entre otros.
            Esto, a pesar de sus detractores, porque la Iglesia Católica tiene muchos detractores que hasta cierto punto se considera como normal en un mundo tan pluralista como el que estamos viviendo, pero hoy tiene 900 millones de creyentes que luchan, trabajan y se extienden por todo el planeta.
            La Iglesia en Guayana ocupa un espacio que generosamente le han dado los fieles como retribución al mensaje de amistad, de solidaridad y comprensión que le ofrece dentro de esa característica participativa denotada no por quienes suben al púlpito a amenazar y condenar sino, al contrario, por su reconfortante mensaje de equilibrio espiritual.
            La Arquidiócesis, en fin, funciona muy bien y Monseñor Samuel Pinto Gómez la vio nacer, crecer, multiplicarse y extenderse. Cuando cumplió sus 50 años de sacerdote dijo que la palabra de Cristo a San Pedro: “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” seguía vigente al igual que vigente “Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”.       
            Monseñor Pinto falleció el martes 20 de abril de 2010 y sus restos inhumados en la nave izquierda de la Catedral a la que sirvió como sacerdote y Vicario durante 59 años.


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