viernes, 16 de marzo de 2012

Introducción

En mi condición de Cronista de la Ciudad, he aceptado la sugerencia del Deán de la Catedral y Vicario Apostólico, Monseñor Samuel Pinto Gómez, apoyado por el Alcalde y Municipalidad de Heres, de escribir a propósito de su Bicentenario, una breve historia de la Diócesis de Guayana.
Esto no obstante existir un trabajo básico importante del Pbro.  J. M. Guevara Carrera, Canónico Lectoral que fue del Capítulo de la Catedral, titulado “Apuntes para la Historia de la Diócesis de Guayana”, pero que por haber sido publicado en 1930, no  incluye a los prelados sucedidos durante los últimos sesenta años, por una parte y, por la otra, porque se aspira a un documento menos pormenorizado, de mayor énfasis y concreción en lo relevante y manejado con un lenguaje asequible a todos los estamentos de la comunidad, es decir, más popular.
Siendo ésta la motivación, nos hemos propuesto llenarla circunscritos a la investigación bibliohemerográfica, siguiendo un esquema cronológico y teniendo como eje de la narración la biografía de cada Obispo residente de la Diócesis desde su creación el 20 de Mayo de 1790.
Esto ha dado la coyuntura de poder contraer a un texto simple y uniforme dedicado a la Diócesis, elementos dispersos como el de la reconstrucción y restauración de la Catedral metropolitana, la confusión en cuanto al origen de la dependencia eclesiástica del  territorio de Guayana y Oriente, el destino fatal del Vicario de nacionalidad francesa Nicolás Gervasio Labrid,  la decisión de escoger a Guayana ante ciudades como Cumaná y Barcelona de mayor crecimiento, la designación inesperada de un prelado de origen humilde como Monseñor Francisco Ibarra y Herrera para fundar la Diócesis, el origen de la Patrona Nuestra Señora de las Nieves, sustituta del Patrono Santo Tomás Apóstol y otras materias que alimentan y dan forma al deseo de tener a la mano de estudiantes, maestros e interesados, un libro ligero y práctico para el conocimiento de una realidad tan importante y viva en la formación y dirección de la cultura espiritual de Guayana y del Oriente como lo es la Diócesis de Guayana, toda vez que ésta durante tiempo largo tuvo jurisdicción sobre Cumaná, Barcelona e Islas de Trinidad y Margarita.
De igual manera poder incorporar la progresiva desmembración de la Diócesis para dar paso a la constitución de otras hasta quedar reducida a lo que es actualmente la Arquidiócesis de Ciudad Bolívar a cuyo derecho metropolitano están por compensación sujetos todos  los episcopados de Sur y Oriente del país; la memorable como histórica visita de Su Santidad el Papa Juan Pablo II y la firma del Convenio o “Modus Vivendi” del 6 de marzo de 1964 entre la Santa Sede y el Gobierno de Venezuela que regula las relaciones entre ambas potestades.  Todo, por supuesto, como ya lo señalamos, en apretada síntesis, tomando en cuenta el propósito de la presente publicación que ha tenido a bien patrocinar el Concejo Municipal de Heres y el Alcalde Jorge Carvajal Morales, es decir, todo o al menos lo más relevante, con el menor número de palabras posible, tomando en consideración también aparte de las motivaciones citadas, la premura del hombre de nuestros días y el alto costo de las ediciones voluminosas.

Este libro fue publicado con el título "La Diócesis de Guayana (200 años) conforme a las siguientes señas:

Américo Fernández 

1991

Diseño de portada: Nino Marchese

Diagramación, textos e impresión:

Editorial Boscán C.A.

Barquisimeto – Estado Lara  -Venezuela 

Primera  Edición 

Tiraje: 1000 ejemplares

Derechos Reservados











La Iglesia Madre


Capítulo Primero


Dependencias Eclesiásticas





Santo Domingo (Quisqueya) era para sus primitivos habitantes, la madre de todas las tierras, y asociados a esa creencia por intuición o conciencia, los españoles del siglo dieciséis que  llegaron a ella desde Colón, la hicieron madre de las primeras colonias.  De allí partieron Diego de Velásquez a Cuba, Juan Ponce de León a Puerto Rico, Hernán Cortés a Cuba y México, Alonso de Ojeda y Vasco Núñez de Balboa a Tierra  Firme y Francisco Pizarro a Panamá.  En Santo Domingo se establecieron la primera Audiencia de América (1511); el primer hospital (San Nicolás de Bari); la primera Biblioteca y Universidad (Santo Tomás de Aquino, feb. 23 de 1538), el primer Convento franciscano y el primer Obispado (1511),
De manera que el primer obispado o gobierno eclesiástico de América se estableció en Santo Domingo.  Lo creó el Papa Julio II quien reconoció a los reyes de España el Patronato Universal de las Iglesias de Indias.  Este consistía en que el Rey recibiría del Papa el poder para controlar la Iglesia en América a través del derecho de presentar y nombrar Obispos, dividir, aumentar o restringir la jurisdicción de las iglesias, unirlas o suprimirlas, fundación de universidades y control sobre todas las actividades de la Iglesia en América.
El Obispado de Santo Domingo fue elevado posteriormente a la categoría de Arzobispado  y el 8 de abril de 1510  el mismo Papa Julio II, conforme al convenio patronal, creó la Diócesis de Puerto Rico que por su proximidad ejerció jurisdicción sobre Margarita, Cumaná y Guayana.

La Iglesia en Venezuela

Coro, la primera ciudad surgida en el Occidente, fundada por Juan de Ampíes el 26 de julio de 1527, bajo la denominación de Santa Ana de Coro, fue también la primera en tener Episcopado.  El Obispo de Coro fue creado por el Papa Clemente VII en 1531 mediante la Bula “Pro excelentti praeminentia”  expedida en San Pedro de Roma el 21 de junio de ese año.  Su primer obispo fue Rodrigo de Bastidas, quien venía de ser Deán de la Catedral Metropolitana de Santo Domingo.  Era hijo del Adelantado Rodrigo de Bastidas (1460-1526), navegante español que recorrió las costas de Venezuela y Colombia hasta Panamá y fundó a Santa Marta en 1525.
No obstante haber sido designado en 1531 Obispo de Coro, Rodrigo de Bastidas no tomó posesión de la Diócesis sino en 1536 y a la muerte del Gobernador Welser Jorge Spira en 1540, la Audiencia de Santo Domingo lo nombró Gobernador interino de la provincia y en 1542 fue promovido al obispado de Puerto Rico.
Durante la Colonia los Obispados de Venezuela dependieron de Santo Domingo, Puerto Rico y Santa Fe de Bogotá, hasta 1804 cuando se creó el Arzobispado de Caracas con jurisdicción en todos los Obispados de la Capitanía General de Venezuela.  Vale decir que por real Cédula de Felipe IV, fechada en Madrid el 20 de junio de 1637, la silla episcopal de Coro fue mudada a Caracas por el Obispo Juan López Agurto de la Mata.
Antes de la creación del primer Obispado, las Misiones venían desde 1500 asistiendo en los servicios religiosos a los españoles y cristanizando a los indios.  Los negros cuando se implantó la esclavitud en Venezuela también  fueron adoctrinados en el evangelio y  al efecto se crearon las Capellanías  de Negros en las Haciendas y sus propietarios, conforme a las constituciones sinodales en 1687, estaban obligados a sostener al Capellan y construir Capillas con todos los elementos indispensables para la celebración del culto.

jueves, 15 de marzo de 2012

La Primera Misa

Blanco Azpurúa dice que la primera Misa celebrada en Venezuela ocurrió en Santa Ana de Coro bajo una mata de Cují el 26 de julio de 1527; no obstante, el Pbro. Guevara Carrera  sostiene tuvo que haber ocurrido mucho antes si se toma en cuenta que los religiosos  misioneros comenzaron a llegar a Venezuela desde 1500.  Formalmente ha podido ser en 1516 en el primer Monasterio de Franciscanos que hubo en Venezuela tal el de Cumaná o Nueva Andalucía.  La primera Misa en la Provincia de Guayana ha podido ser oficiada por Fray Domingo de Santa Águeda en Santo Tomás de Guayana en 1593 cuando  fue fundada por Antonio de Berrío y en Angostura pudo lógicamente haberla oficiado Fray  Bruno de Barcelona, quien vino en 1764 a mediados del mes de Mayo a bendecir el Fuerte San Gabriel al iniciarse oficialmente la vida de la ciudad bajo la gobernación de Joaquín Sabás Moreno de Mendoza.


Dependencia eclesiástica de Guayana

Los textos históricos que hablan de la organización eclesiástica de Venezuela afirman que el Territorio de Guayana y del Oriente  dependían de la Diócesis de Santo Domingo inicialmente y de la de Puerto Rico a partir de 1510.  Sin embargo, el Padre Hernán González Oropeza, caroreño ordenado en Inglaterra, asesor de la Cancillería de Venezuela desde los tiempos de Rómulo Betancourt  y autor de “Iglesias y Estudios en Venezuela” e “Historia del Patronato”, encuentra muy confuso todo el origen de la dependencia eclesiástica de los territorios señalados de acuerdo a una conferencia dictada en esta ciudad en 1990.  De acuerdo a lo investigado por él, hubo momentos en los cuales la jurisdicción eclesiástica estaba centrada en Puerto Rico, pero de hecho se descubrió que Puerto  Rico hacía este gobierno sin autorización de la Santa Sede.
Por desconocimiento de la Geografía de América se creyó que Puerto Rico estaba mucho más cerca de lo que está con respecto a otras Diócesis como la de Coro, por ejemplo, creada en 1527.  Hasta 1588 fue la primera confusión y luego de esta fecha otra duda, por una parte Santo Domingo y por otra Puerto Rico, de ser la Diócesis de la cual dependerían estos territorios.
Más tarde vino otra complicación cuando Santa Fe de Bogotá pretendió la jurisdicción de Guayana desconociendo a Puerto Rico.  Esto no  se resuelve sino en fecha muy posterior, antes del siglo XVII.  Más aún, se complican los hechos cuando se tramita la creación de una Abadía especial para Trinidad  y Guayana, pero que de hecho no tuvo efecto porque la Bula fue mal redactada y, por último, más perturbada aparece la situación cuando la Santa Sede por una Bula, falsificada o no, otorga jurisdicción sobre Guayana al Vicario Apostólico francés, Nicolás Gervasio Labrid, lo cual hacía suponer  que  la Santa Sede actuaba contra el Rey de España, contra Puerto Rico y contra el  ordenamiento eclesiástico existente.  Todo esto terminó con la trágica muerte del Vicario y su familia de manos de los indios Caribe.

Obispo Nicolás Gervasio Labrid


Nicolás Gervasio Labrid, fue canónigo de la Iglesia Catedral de León de Francia.  El Papa Benedicto XIII lo consagró  Obispo y luego lo destinó a la Guayana.  Llegó a Trinidad en 1733 y se hospedó en la Casa del Gobernador mientras le venía las Bulas y Pase de su Majestad el Rey Carlos.  Estando en el Delta del Orinoco donde ya se había familiarizado y convivía con la comunidad Caribe fue sorprendido y muerto por varios de  ellos, al igual que el Subdiácono Pedro Labranier y el Talarista Luis Lagrange.  El Pbro. Guevara Carrera dice que en el Libro I de entierros que se custodia en el Archivo de la Catedral de Guayana, consta que el Obispo y sus acompañantes fueron enterrados por  Fray Dionisio de Barcelona, en la Iglesia de Santo Tomás de Guayana, el 25 de febrero de 1731, en contradicción con la versión según la cual fue asistido después de muerto por Fray Benito  de Molla, quien lo hizo sepultar en San José de Oruña y tomó su piedra Ara para colocarla en el Altar Mayor de la iglesia de San Antonio de Carona.
Lo cierto de todo esto es que como se dijo antes, la trágica muerte del Prelado terminó  con el problema que  inquietaba al Gobernador de la provincia de Guayana Agustín Arredondo(1726-1731), de tener en su jurisdicción a un Vicario de nacionalidad francesa que virtualmente habría estado conspirando contra los intereses del Rey de España.
El Padre Hernán González Oropeza, en entrevista personal que le hizo quien esto escribe, reafirmó que todo esto de veras terminó con la muerte trágica de Labrid, cuya Bula fue presentada en Guayana la Vieja y reconocida como auténtica por los grandes autores de la Historia de Guayana como son Caulín y Gumilla.   Ambos escribieron, sin embargo, una Historia diferente porque suponían que Labrid cuando vino a Guayana lo hizo por puro amor a Dios, cuando en realidad hay cartas del prelado en las cuales él informa al Gobernador de Martinica haber encontrado un sitio donde establecerse y que bastaba con que enviara unos cuantos soldados para que se establecieran en el lugar, con lo cual ya se estaba poniendo al servicio de los intereses políticos de Francia en contra de España que evidentemente era lo que temía el Gobernador Arredondo, habiendo por ello pedido a los Caribes la eliminación del Prelado y sus acompañantes que fue lo que realmente ocurrió.  Sea que los indios Caribe hayan matado al Obispo Labrid por cuenta y riesgo propios o sea que obedecieron a la consigna política del Gobernador, para el investigador Hernán González Oropeza, este hecho tiene una importante significación en la Historia de Guayana.
El primer prelado que visitó Guayana fue Juan López Agurto de la Mata, Obispo de Puerto Rico, el 23 de febrero de 1634, siendo Gobernador don Luis Monsalve (1629-1635). La diócesis de San Juan de Puerto Rico comprendía los territorios orientales de la actual Venezuela, incluyendo a Guayana y Margarita. Y ese mismo año, el 20 de noviembre,  el Papa Urbano VIII lo designó Obispo de la Diócesis de Venezuela que entonces tenía su sede en Coro.  Fue él, precisamente, quien promovió y logró su traslado a Caracas, pero escaso tiempo duró su episcopado, pues falleció el 24 de diciembre de 1637.
 Otro prelado que desde Puerto Rico visitó Guayana,  ya no Guayana la Vieja sino Angostura que tenía dos años de fundada, fue el Obispo Mariano Martí, quien recibió la consagración episcopal en La Guaira el 17 de enero de 1762 de manos del Obispo de Venezuela, Diego Antonio Diez Madroñero.  Al llegar a Puerto Rico, Martí se identificó pastoralmente con el medio  Al año siguiente de su llegada emprendió Martí una visita pastoral de su diócesis que duró cinco años (1763-1768).  A la de la ciudad de San Juan de Puerto Rico siguió la visita del resto de la isla, y luego pasó a los anexos: Cumaná (1764-68), Barcelona (1765), Margarita (1766), Trinidad (1766) y Guayana - Orinoco (1766-1767), visitó  villas y misiones y alabó la labor de los misioneros capuchinos y jesuitas.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Creación de la Diócesis de Guayana

Capítulo Segundo


Emancipación  Episcopal

El 20 de Mayo de 1790 su Santidad el Papa Pío VI creó la Diócesis  de Guayana a solicitud del Rey de España Carlos IV, a través de su Ministro Plenipotenciario en Roma don José de Azara.
La creó veintiséis años después de la fundación de Angostura (22 de mayo de 1764), en el último año de gestión de Don Miguel Marmión, gobernador de la provincia.
Como alegato se exponía ante el Sumo Pontífice la imposibilidad que afrontaban las autoridades eclesiástica de la Diócesis de Puerto Rico para poder atender a las  vastas Indias Occidentales y, al efecto, se  proponía y así  fue decretado, la desmembración de la Diócesis de Puerto Rico de las Provincias de Guayana y Cumaná junto  con las Islas de Trinidad  y Margarita “y con estas Islas y provincias, por su naturaleza contiguas y limítrofes, constituir una Diócesis para un  Obispo que quede del todo independiente del Obispado de Puerto Rico pero sujeto al derecho Metropolitano del  Arzobispo de Santo Domingo; y señalar por Sede Episcopal la Ciudad de Guayana”.
¿Por qué Guayana y no Cumaná que era la ciudad primogénita, ni Margarita ni Barcelona que estaban más adelantadas y desarrolladas? El Padre Hernán González Oropeza cultiva dos hipótesis: la primera, evitar los celos y resquemores que hubieran podido crear instalar la Diócesis de Barcelona o en Cumaná  que para entonces tenían casi la misma población y se desarrollaban y crecían en una constante pugna, mientras que Guayana tenía la ventaja de que no era ni la una ni la otra .  La segunda es una razón geopolítica según la cual el Estado Español quería, por encima de todo, contribuir de la mejor manera posible al desarrollo ulterior de Guayana y la incorporación a la misma de todas las Misiones.
En el Decreto  de creación de la Diócesis de Guayana se establece destinar para  Catedral la Iglesia más grande y decente, igualmente la asignación de cuatro mil pesos por  dote de la nueva mesa episcopal “para que el futuro Obispo de Guayana pueda con decencia, y sin perjuicios de las rentas y productos de dotación de la mesa episcopal de Puerto Rico, mantener la  dignidad del Prelado; y para cada uno de los dos Canónigos que le asisten en las funciones episcopales, la de seiscientos que se pagarán del Real Erario”.
Este Decreto de la creación de la Diócesis de Guayana, insertado en las Actas de la Sagrada Congregación Consistorial y firmado por Pedro María Negronis, secretario de dicha Congregación, fue dado en Roma el 20 de Mayo de 1790 y dice textualmente así:
“Habiendo el Excelentísimo Señor Caballero Nicolás de Azara, Ministro Plenipotenciario del Rey Católico de las Españas cerca de la Santa Sede expuesto a nuestro Santísimo Señor en nombre de Su Majestad, que atendida la grandísima extensión de la Diócesis de Puerto Rico en las Indias occidentales, la cual abraza vastas y remotas regiones de manera que la Silla Episcopal se halla dos o trescientas leguas distantes de muchos lugares que le están anexos (aún que fue siempre esmerado y grandísimo el cuidado y solicitud de los Obispos ordinarios en la  administración de aquel Obispado, y en el régimen de aquellos pueblos que le están  confiados) nacen muchas e irreparables incomodidades y perjuicios, porque ni los diocesanos pueden cómodamente ir ante su propio Prelado y exponerle sus miserias y necesidades, ni tampoco esos mismos lugares pueden  jamás ser visitados por el propio Obispo, y la Grey así apartada no puede absolutamente oír la voz del Pastor, ni recibir del Obispo, una sola vez en la vida, el pasto espiritual ni edificarse en el  ejemplo de sus buenas obras. Por esto los predecesores de S. M. C de feliz memoria, se esforzaron en aplicar los remedios más oportunos; y por la misma razón el Rvdo. Padre Don Felipe José de Respalacios, desde el año de 1786 en que gobernaba aquella Iglesia, hizo cuanto le fue posible para que se le concediese un auxiliar tan necesario al régimen de aquella vasta Diócesis.  Y enseñando la experiencia ser más conveniente que los pueblos distantes de la Silla Episcopal sean constantemente administrados, no por el medio precario de ministros mercenarios, sino con un auxilio estable y seguro, que les haga fácil el recurso, a su Obispo, y al Obispo el aplicarse a sus ovejas según las disposiciones de la prudencia y de los sagrados cánones; por esto S.M.C. se movió a consultar el Supremo Consejo de la Cámara de Indias, y conforme al voto de su Fiscal Regio (atendido también el consentimiento que había ya dado el Obispo de Puerto Rico) ha decretado poner en ejecución las disposiciones de su Augusto Padre, por lo que el mismo Excelentísimo Señor Caballero de Azara, en nombre de S.M. suplicó  humildemente a nuestro Santísimo Padre Pío VI, se dignase “diputar a algún Prelado Católico o a otra persona eclesiástica constituida en dignidad, como mejor pareciese al Rey Católico de las Españas, quedando a cargo de su misma Majestad el elegir según  piadosas y Reales órdenes al mencionado Prelado o persona eclesiástica constituida en dignidad, la cual debe desmembrar de la sobre dicha Diócesis de Puerto Rico, que es una de las Islas de Barlovento llamada Nueva España, las provincias Guayana y Cumaná con las Islas de la Santísima Trinidad y de Santa Margarita; y con estas Islas y provincias, por su naturaleza contiguas y limítrofes, constituir una nueva Diócesis para un Obispo que quede del todo  independiente del Obispo de Puerto Rico pero sujeto al derecho Metropolitano del Arzobispado de Santo Domingo: y señalar por Sede Episcopal la Ciudad de Guayana, destinada  en ella para Catedral la Iglesia más grande y decente, como igualmente declarar,  que está asignada por su misma Majestad Católica la suma de Cuatro mil pesos, moneda de aquellas partes, por dote de aquella nueva mesa episcopal, para que el futuro Obispo de Guayana pueda con decencia, y sin perjuicios de las rentas y productos de la dotación de la mesa Episcopal de Puerto Rico, mantener la dignidad de Prelado; y para cada uno de los dos Canónigos que le asistan  en las funciones episcopales, la de seiscientos  que se pagarán del Real Erario.  Su Santidad, oída la relación que le hice yo, el infrascrito, después de haberlo considerado todo como madurez, prestándose a las piadosas y estimables preces y súplicas del Serenísimo Rey Carlos, quien por su piedad para con Dios, y por su amor a los pueblos que le están sujetos, desea vivamente la propagación e incremento de la Religión cristiana, con la plenitud de la Autoridad Apostólica se dignó cometer al Obispo Católico, o persona eclesiástica  constituida en dignidad, que el mismo Serennísimo Rey de las Españas según sus piadosas disposiciones tuviere a bien elegir, para que usando de la Autoridad Apostólica concedida al mismo  Obispo o persona eclesiástica constituida en dignidad, delegada especialmente por Su Santidad, proceda con todas las facultades necesarias y oportunas a declarar la ciudad de Guayana por ciudad episcopal, y por Iglesia Catedral la más grande y decente de dicha ciudad; y constituir en ella un Capítulo o Prebendados con dotaciones; y llevar a cabo todo lo demás que corresponda  sobre dicha nueva erección, al esplendor del culto divino, y al provecho espiritual de los fieles de la nueva Diócesis de Guayana. Y mandó se expidiese Decreto, y se insertase en las Actas de la Sagrada Congregación Consistorial.  Dado en Roma el día Veinte de mayo de mil setecientos noventa.-  Pedro María Nigronis, Secretario de la Sagrada Congregación Consistorial”.-

15 Papas y 12 Obispos

En el curso de dos centurias que la Diócesis de Guayana cumplió el 20 de Mayo de 1990, en la Silla de San Pedro en Roma se sucedieron 15 Papas.  Todos ellos, en una u otra forma, tuvieron que ver con la vida, transformación  y destino, de esta Diócesis, pero Su Santidad el Papa Juan Pablo II es hasta ahora el  único que le ha dispensado una visita, hecho ocurrido el martes 29 de enero de 1985.  En tan memorable como histórica ocasión el Santo Padre ofició una Misa al descampado a miles de católicos sur-orientales que  peregrinaron hasta una zona de Alta Vista en Ciudad Guayana.
Antes de Juan Pablo II, tuvieron que ver con la Diócesis, los Pontífices Pío VI, León XII, Pío VIII, Gregorio XVI, Pío IX, León XIII, San Pío X, Benedicto XV, Pío XI, Pío XII, Juan XXII, Pablo VI y Juan Pablo II.
Y a lo largo de ese curso secular han sido Obispos residentes, los Monseñores Francisco de Ibarra y Herrera, 1792-1799; José A. García Mohedano, 1800-1803; José Bentura Cabello, 1809-1817; Mariano Fernández Fortique, 1842-1854; José Manuel Arroyo y Niño, 1857-1884; Manuel Felipe Rodríguez, 1886-1887; Antonio María Durán, 1892-1917; Sixto Sosa, 1918-1923; Miguel Antonio Mejía, 1923-1947; Arzobispos Juan José Bernal Ortiz, 1949-1966; Crisanto Mata Cova,1966-1986 y Luis Luzardo Romero, 1986.
Así mismo durante ese tiempo han pasado por la Diócesis en calidad de Administradores Apostólicos los Monseñores Mariano de Talavera y Garcés, 1829-1842; Sixto Sosa, 1914; Críspulo Benitez Fontúrvel, 1947-1949 y Tomás Márquez Gómez, 1966.
Obispos auxiliares fueron hasta el 1990, Monseñor Tomás Márquez Gómez, quien se encargó en septiembre de 1963 luego de su consagración en Margarita; Monseñor Francisco de Guruceaga, oriundo de Valencia y Monseñor José de Jesús Núñez Viloria, venido de los Andes.  Este pasó  luego como Obispo de la Diócesis de Ciudad Guayana para ocupar el lugar dejado por su fundador Monseñor Medardo Luzardo Romero, designado en 1985 tercer Arzobispo de Ciudad Bolívar.

Una Diócesis para Oriente y Sur

Lo que vino a ser la Diócesis de Guayana abarcaba toda la Guayana española y la Nueva Andalucía, que constaba de las provincias de Cumaná, Nueva Barcelona, Maturín, Delta Amacuro, Amazonas más las Islas de Trinidad y Margarita.  Antes, hasta 1790, todo ese territorio sur oriental estuvo bajo jurisdicción de la Diócesis de Puerto Rico que se extendía hasta las llamadas Indias Occidentales.
Esta enorme extensión jurisdiccional hacía prácticamente imposible su administración como bien lo explicaba Nicolás de Azara, Ministro Plenipotenciario del Rey Católico de España.  El Ministro abogó reiteradamente por la segregación de la silla episcopal, por hallarse hasta 300 leguas distante de lugares que le estaban anexos, lo cual “daba lugar a muchos e irreparables incomodidades y perjuicios porque ni los diocesanos pueden cómodamente ir ante su propio Prelado y exponerle sus miserias y necesidades, ni tampoco esos mismos lugares pueden jamás ser visitados por el propio Obispo, y la grey así apartada no puede absolutamente  oír la voz del Pastor, ni recibir del Obispo, una sola vez en la vida, el pasto espiritual ni edificarse en el ejemplo de sus buenas obras”.
Pero, si bien es cierto que Guayana elevada a la categoría de Diócesis lograba su independencia de Puerto Rico, no menos cierto es que continuaba sujeta  al derecho del Arzobispado Metropolitano de Santo Domingo, por lo menos hasta 1804  cuando la Catedral de Caracas se erigió en metropolitana.  Desde entonces fueron sufragáneas de ella las de Guayana y Mérida.

Catedral de Angostura


Joaquín Moreno de Mendoza, reubicador de la antigua Santo Tomás de la Guayana en la angostura del  Orinoco, echó los cimientos de la que es hoy una de las más bellas iglesias del tipo catedralio indio de Venezuela.  También la más alta (44 metros la torre y 26 la nave central), la única de la etapa colonial construida por ingenieros y la que mayor tiempo tardó en erigirse.
El gobernador Moreno de Mendoza la concibió como una Iglesia de tres naves y así la sugirió a Su Majestad el Rey de España.  Precisó  en 1766 que tenía que ser, al menos, una iglesia parroquial de 50 varas de largo y 30 de ancho, cuyo costo estimó entre 30 y 40 mil pesos.  Por lo tanto, propuso que se iniciaran de inmediato los trabajos con la cuarta parte de los diezmos de su distrito.
Carlos III que había ordenado poner en otro pie, más estable y seguro, a la capital de la provincia, respondió instruyendo al Virrey de Santa Fe  para que sobre los 4.000 pesos que con anterioridad había dispuesto para la fábrica de la Iglesia de Angostura, agregara la remesa de otros 2.000, pero señalando como recomendable el que José Solano y Bote, a la sazón Capitán General de Venezuela, intervenga para que la iglesia se construya conforme a planos previamente elaborados.
Siendo así, Solano procuró los servicios  del ingeniero Bartolomé de Amphoux, quien se vino de Cadiz con ese propósito el 9 de marzo de 1767, cuando recién  se había posesionado de la Gobernación, Manuel Centurión Guerrero de Torres, por transferencia de Moreno de Mendoza a Puerto Cabello.  El primer informe de Amphoux dejaba entrever que las preliminares estimaciones de costo de la fábrica estaban muy por encima de las necesidades reales del momento y sobre un proyecto de 17 mil  pesos comenzó a trabajar hasta 1770,  año en que fue sustituido por el ingeniero José Espelius.
Centurión al principio era partidario de construir una iglesia modesta con los 6 mil pesos librados por las cajas de Santa Fe, pero Solano lo convenció de que tenía que ser una iglesia  más digna y costosa conforme los planos de Amphoux.
La obra de “buen material, piedra, cal y ladrillos, con fuertes cimientos, paredes y columnas” había agotado los seis mil pesos a la altura de seis varas de construcción, por lo que el Gobernador Centurión dispuso impuestos como el del guarapo de caña, remate de juegos de  gallo y otras obvenciones, destinados a la continuación de los  trabajos.  Una vez finalizados éstos, el propósito era que los beneficios impositivos continuasen a favor de la construcción de un Hospital.
En 1772, Centurión entró en contradicción con el ingeniero Espelius por los costos y marcha de los trabajos.  De manera que solicitó al Rey su reemplazo, lo cual se hizo efectivo en 1775 cuando fue sustituido por el ingeniero Juan Antonio Perello, a quien se le ordenó su traslado desde Cumaná donde se hallaba.
El ingeniero Parello llegó justamente cuando Centurión pasó a otro destino y había dejado provisionalmente en su lugar a José de Linares. Antes de proseguir los trabajos levantó un informe sobre la situación de la fábrica y encontró que a la fecha se habían invertido 32 mil pesos seis reales  en trabajos de excavación, construcción de mampostería, madera y otros materiales empleados.  Así mismo halló defectos de construcción en la bóveda del templo, toda vez que las paredes a sostenerla carecían de estribos suficientes.  Por otro lado, el macizo de las paredes de las bóvedas  estaba hecho en su mayor parte con una mezcla de dos porciones de tierra, una de arena y otra de cal que ponía en duda una larga duración de la obra.
Para construir la Iglesia con arreglo a los perfiles y planos de elevación de la fachada, el ingeniero planteó una nueva  inversión de 43.219 pesos, reducibles a 19 mil en caso de que se decidiera “un corte, excluyendo bóvedas y media  naranja, cubriendo sólo con tejado y elevando la fachada a 5 varas más de  altura para los ornamentos de sus pilastras y frontón”.
Luego de Linares, los trabajos prosiguieron a duras penas con los sucesores gobernadores Antonio de Pereda  Lasconótegui y Miguel Marmión, quien prácticamente paralizó los trabajos al desviar los fondos para la construcción de una Cárcel. Entonces el ingeniero Perello renunció y al frente de la obra  quedó su ayudante Melchor de Gerona (1788).
Estando Marmión de Gobernador y ya finalizado su período, el Papa Pío VI creó el 20 de mayo de 1790 la Diócesis de Guayana, a petición del Rey de España Carlos IV a través de su Ministro Plenipotenciario en Roma, don José  de Azara, para independizarla de la autoridad eclesiástica de Puerto Rico.
Para ejercerla preconizó a Monseñor Francisco de Ibarra y Herrera, Obispo de la Diócesis, con jurisdicción sobre toda la Guayana española y la Nueva Andalucía que entonces abarcaba Cumaná, Nueva Barcelona, Maturín, Delta Amacuro y las islas de Trinidad y Margarita.
Pero Monseñor de Ibarra no entró en posesión de la nueva Diócesis sino inmediatamente después del 27 de mayo de 1792 cuando ocurrió su  consagración en Puerto Rico. Ejercía la Gobernación desde 1790, Luis Antonio Gil, quien  planteó al Rey de España la necesidad de ampliar la fábrica.
Por su parte, Monseñor de Ibarra se quejaba ante Su Santidad diciéndole que la Iglesia que le habían asignado como Catedral estaba con “las paredes sin enrazar de la puerta mayor al crucero y desde allí a su capilla mayor, y colaterales a la mitad o menos de alto, sin sacristía”.   Así mismo que la longitud total de la fábrica era de 53 varas y que era menester ampliarla y terminarla.
Monseñor de Ibarra estuvo hasta 1799 que fue designado primer Arzobispo de Caracas, al frente la Diócesis y en su lugar fue preconizado y  consagrado Monseñor José Antonio García Mohedano  (introductor del café en Venezuela), quien en 1802, informó al consejo de Indias que los trabajos de la Catedral se hallaban detenidos porque el ex Gobernador Miguel Marmión había dispuesto la renta del estanco del guarapo para proseguir la fábrica de la Cárcel.  “En fin –se lamenta- , la iglesia  de Guayana nada menos parece que Catedral y puedo asegurar a S. M. que las funciones del culto divino se celebran con más  esplendor y decoro que en ella, en las pocas iglesias de las rurales, especialmente en las misiones  de los capuchinos catalanes”.
Los oficios religiosos se realizaban en la sala de la Casa Episcopal que se supone es la que está  al frente de la Catedral y que todavía conserva en su frontispicio el Escudo de la Diócesis.  Los ornamentos, alhajas, utensilios e imágenes pertenecientes a la Catedral se guardaban en casas particulares.  Y mientras llegaban los recursos solicitados, a Monseñor José Antonio García Mohedano lo sorprendió la muerte el 17 de octubre de 1804, casi octogenario y sus restos fueron  inhumados en la propia e inconclusa  Catedral.
Después de García Mohedano vino Monseñor José Bentura Cabello, el último Obispo de la Colonia, fallecido en una isla deltana luego que los españoles abandonaran la ciudad de Angostura sitiada por los patriotas.  Eran tiempos de guerra, de escasez y crisis religiosa.
Para el 24 de diciembre de 1828, cuando Su Santidad el Papa León XII preconizó a Monseñor Mariano Talavera y Garcés, nativo de Coro, Vicario Apostólico de Guayana para llenar un vacío de 26 años producido por el proceso de la Guerra de Independencia, la Catedral parecía una proyecto mayor a los esfuerzos y recursos hasta entonces invertidos en su terminación.
Talavera y Garcés se posesionó de la Diócesis en marzo de 1830 en pleno proceso de la separación de Venezuela de la Gran Colombia que culminó el 22 de septiembre de ese año con la aprobación de la Constitución del país.  Monseñor Talavera se resistió a jurar esta Constitución y por ello fue expulsado a Trinidad el 21 de enero de 1831.  Allanadas las dificultades, regresó a Angostura y en 1832, conjuntamente con el Gobernador Pedro Volasteros produjo un documento dirigido a llamar la atención del Gobierno de Páez y autoridades religiosas en torno al estado de la principal iglesia de Guayana.
“Esta Capital –decía el documento- sólo tiene un templo principiado de  magnífica arquitectura y regular capacidad, faltándole únicamente el techo y alguna pequeña  obra en su sacristía.  Más de 40 años han transcurrido después de su fundación bajo el Gobierno de  Centurión, y ni los impulsos religiosos, ni los de un pueblo civilizado, han prestado hasta ahora movimiento al ánimo para perfeccionarlo en obsequio del Altísimo.  Bajo un caney de azotea se adora el Creador, y las oraciones dulces y fervorosas escasean, y se oprimen por su calurosa y estrecha capacidad.  Una plaza mal situada existe al lado de estas fábricas, en su primitivo estado, llena de peñascos, basuras y montes, pastando allí las bestias”.
Ante tan penosa situación,  Monseñor Talavera puso en juego todos los recursos de su influencia y dignidad para de una vez por todas concluir la Catedral.  Logró recabar entre los fieles de una población de ocho mil almas, 19 mil pesos con los cuales la Catedral, sin la Torre, fue concluida y bendecida el 25 de marzo de 1841, un año antes de finalizada su gestión  para darle paso a Monseñor Mariano Fernández Fortique, quien designó una Junta formada por el Vicario Fray Arcángel de Tarragona, Santos Gáspari y Merced Ramón Montes para gestionar la terminación de la Torre.
Pero la Catedral concluida con tanto afán por Monseñor Talavera y Garcés no era la misma diseñada por el ingeniero Bartolomé de Amphoux.  El deseo de terminarla, la dejó sin imafronte, es decir, sin su segundo cuerpo de fachada, y las pilatras fueron coronadas con cuatro pináculos y entre las dos centrales se le construyó un remate con hornacina para una imagen y sobre ella una cruz.  Posteriormente fue objeto de otros trabajos, entre ellos, una placa de cemento sobre vigas en las naves laterales y la sustitución del Altozano por una escalinata semicircular construida por el Gobierno Regional (Silverio González (1924-1930) que se iniciaba en las calles Igualdad y Bolívar.
La Catedral actual podríamos decir que es el resultado de una apasionada gestión del Arzobispo Crisanto Mata Cova, quien  contó en todo momento con la colaboración del diputado Juan Manuel Sucre Trías, para entonces presidente de la Comisión de Finanzas del Congreso.  Data del 15 de febrero de 1979, cuando fue terminada su reconstrucción y restauración siguiendo los planos originales del ingeniero Bartolomé de Amphoux, localizados en los Archivos de India por gestión del Gobierno Nacional que asignó seis millones de bolívares para los trabajos correspondientes.
Las elegantes escalinatas que le daban mayor prestancia y menos aislamiento a la Catedral fueron sustituidas por el Altozano original y sobre el mismo colocada una escultura de Santo Tomás, patrono de la antigua capital de la provincia y el Reloj d la Torre que había sido dañado por una tempestad eléctrica, fue reemplazado por uno moderno hecho en Holanda y cuyas campanadas, cada cuarto de hora, acompasan el Coro del Himno del Estado Bolívar.  La Torre, de 44 metros, tiene ahora 13 campanas: cinco del Reloj, las tres viejas y cinco nuevas agregadas que operan por sistema eléctrico desde la sacristía.
Los trabajos, apegados al concepto artístico del neoclasicismo, fueron dirigidos por el arquitecto Graziano Gasparini.

Nuestra Señora de las Nieves Patrona de Ciudad Bolívar

Aparecida en una de las siete colinas de Roma en el siglo IV, llegó a Guayana mil años después navegando en la fe de la expedición doradista más numerosa de la Conquista para insertarse en el alma popular como patrona sustituta  del apóstol Santo Tomás.
El 6 de agosto, tres días después de su crucifixión dice el Nuevo Testamento que Jesús apareciósele gloriosamente transfigurado a tres de sus discípulos al Sureste de Nazaret, exactamente en el monte Tabor (Israel).
Pues bien, el 5 de agosto del año 360, víspera de este acontecimiento que conmemora la Iglesia, ocurrió un hecho muy singular en una de las siete colinas de Roma, específicamente en el Monte Esquilino: sorpresivamente siendo verano, el monte se cubrió de nieve y apareció como un espejismo la imagen de la Virgen María, pero sólo fue testigo presencial del increíble suceso una pareja matrimonial de nombres Juan Patricio y Licina Ignova, pareja  romana muy próspera, pero inconforme por no lograr la concepción de un heredero.
Esta pareja que venía con anterioridad elevando preces a la Virgen María a fin de que le concediera la gracia de tener un hijo que al fin tuvo, interpretó el acontecimiento como una respuesta milagrosa a su deseo.
Eran tiempos de Su Santidad Liberio, quien por ese entonces (año 354) había instituido el 25 de diciembre como fecha oficial del nacimiento de Jesús.  Este Papa conoció del milagro del Monte Esquilino y propuso a la pareja emplear parte de su fortuna en la construcción de una Basílica en la propia colina para entronizar a la Virgen.  El templo fue levantado con el nombre de Santa María de las Nieves, mejor conocida como Basílica de Santa María  la Mayor.  A partir de entonces el culto y devoción por la Virgen  de las Nieves se extendió por todo el mundo católico incluyendo, por supuesto, a España que para el momento y hasta el siglo V  era colonia del imperio romano.
La devoción por la Virgen de una de las cuatro Basílicas Patriarcales de Roma, llegó a la Américo con los españoles a través de la Conquista y se insertó en Guayana en tiempos de don Antonio de Berrío, fundador y primer gobernador de la provincia.  Pero Antonio de Berrío no la introdujo sino los inmigrados que vinieron  en número de dos mil, en la expedición –la más numerosa- del capitán Domingo de Vera Irbagoyen, a quien Berrío  había enviado a la península en 1596  en busca de recursos y gente con voluntad de construir una ciudad.
La Capital de la provincia se hallaba en ciernes desde el 21 de diciembre de 1595, no reconocía a otro patrono religioso que al apóstol Santo Tomás, célebre por su manifiesta incredulidad acerca de la resurrección de Cristo, de la cual no se convenció hasta tocarle las heridas.
El cambio vino como consecuencia trágica de una expedición organizada por Berrío en busca del Dorado que hasta la fecha no habían podido encontrar Balacalzar desde Ecuador, Gonzalo Jiménez  de Quesada desde Bogotá ni él,  Berrío, en cuyas incursiones había gastado más de 100 mil onzas de oro, toda una fortuna.
Se cree que la matanza más grande de hispanos ocurrida en combates durante la época de la conquista, se registró en Guayana en el cerro Los Totumos y en ella fueron víctimas de la  vindicación indígena más de 250 de los 300 doradistas, incluyendo a tres frailes, que al mando del portugués Álvaro Jorge había enviado Berrío en un final intento por localizar la enigmática Manoa o región del Dorado, donde según la leyenda aborigen  existía oro como en ningún otro lado del mundo.
La verdad era que Berrío anciano y frustrado, poco creía ya en la posibilidad del Dorado y si organizó aquella expedición en su busca, fue como pretexto para descongestionar al poblado, pues Domingo de Vera se había extralimitado al traer de España a tanta gente prácticamente engañada con la fábula del dorado.  Berrío le había sugerido no más de 300 y su lugar teniente trajo 2 mil personas que afortunadamente se dispersaron hacia otras provincias, pero aún así al pobre poblado se Santo Tomás de la Guayana había llegado un número considerable.
En abril o mayo de 1597  salió la expedición que comenzó a tener bajas en el trayecto a causa del hambre, la extenuación y las zoonosis propias de la selva, transmisibles al hombre.  Había la expedición doradista andado unos 150 kilómetros cuando se estableció en el cerro de Los Totumos a disgusto de la comunidad indígena allí viviente que la soportó durante varios días hasta que harta de su presencia la tomó por la noche desprevenida y atacó con sus armas contundentes y flechas envenenadas.  De aquella matanza sobrevivieron  treinta que lograron mediante un esfuerzo desesperadamente heroico retornar a su punto de partida el 4 de agosto, víspera de la Virgen de las Nieves a cuya acendrada devoción por ella atribuyeron su salvación.  Misas y novenarios vinieron después y desde entonces creció por la Virgen del monte esquilino el culto que terminó  desplazando de su trono a Santo Tomás apóstol como patrono de la capital provincial.
Siendo Ciudad Bolívar la misma Santo Tomás de la Guayana trashumante desde  1595, en ella persiste como patrona la Virgen de las Nieves en el centro  y parte superior de un gran retablo dorado que sirve de fondo al altar mayor, mientras la imagen del apóstol incrédulo mora, una en la nave izquierda y la otra en el altozano de la  Catedral, alumbrada por el Sol del poniente.
Esta historia de Nuestra Señora de las Nieves que desde el sacerdocio de Mirco Falé ha venido siendo rescatada, había sido sepultada por una leyenda semejante a otras de Vírgenes del país, según la cual el patronazgo y devoción por la madre del Mesías viene desde que fue hallada en una caja varada en la orilla del río, probablemente a causa del naufragio de alguna embarcación peninsular.
Tanta fuerza había tomado la leyenda que la misma fue recogida en el himno que le compuso doña Mercedes Febres de Natera con música de Marcos y Jorge Ortiz Abreu.  Las dos primeras de las siete estrofas, aparte del Coro, dicen: “Blanca gota de rocío/ nieve en las cumbres ardientes/ de lejanas geografías/ donde pusiste tu pie/ Eres Virgen de las Nieves / Patrona de Ciudad Bolívar/ porque en sus aureas riberas/ quisiste amclar tu bajel/.  Tu bogaste milagrosa / hasta el amor de este puerto// Viajera de blancos velos/ con presencia de jazmín/ y en albores de tus cielos/ tu imagen rubia de soles/ va derramando bondades/ como reguero de luz”.
En cuanto al patronazgo vale decir que Santo Tomás no está  totalmente desplazado pues el gobierno eclesiástico lo considera Patrono de Guayana dado que Nuestra Señora de las Nieves es sólo Patrona de Ciudad Bolívar. La Virgen del Valle fue declarada en 1921  Patrona de la Diócesis.
En la Catedral Metropolitana de Ciudad Bolívar existen dos imágenes de Nuestra Señora de las Nieves y a la más antigua, de acuerdo con un trabajo de investigación realizado por el Centro Catequístico de San Isidro, se le estiman dos  siglos, vale decir, que fue traída en 1790 cuando Santo Tomás  de la Guayana apenas tenía 26 años de haber sido trasladada a la Angostura del Orinoco.
Según esta investigación catequística, el culto y devoción por la virgen romana se mantuvo y creció durante años, gracias al trabajo devoto y consecuente de las Juntas Organizadoras de las festividades que en su honor presidieron distinguidas Matronas y Damas guayanesas como Cecilia Siegart de Machado, Margarita Liccioni de Batistini, Luisa Pérez Machado, Manuel Golindano de Pérez, Isabel Gutiérrez de Sánchez Afanador y Anita Ortiz  Sanojo, entre otras.
Entonces los programas de las festividades en honor a Nuestra Señora de las Nieves comprendía entre muchas otras cosas alegres y contagiosas, la inmancable entrega de Canastilla al primer niño nacido el 5 de agosto, serenatas ofrecidas por conjuntos musicales de la ciudad, elección de la Madrina de las fiestas patronales,  retretas de la Banda del Cuartel Tomás de Heres, carrozas, carreras de saco y bicicleta, piñatas y otros deportes populares que hoy han desaparecido, no obstante la intención de incluir las festividades patronales dentro del programa general de la Feria del Orinoco que también es en agosto coincidente con las crecida del río y la pesca de la sapoara.
De igual manera se ven mermados los programas religiosos pues el noveno ha sido reducido al triduo y en las solemnidades se viene notando la dejadez de las autoridades civiles y militares, congregaciones Religiosas, Movimientos de Apostolado y hasta del propio clero.
Los catequistas recuerdan que este Día de la Patrona de Ciudad Bolívar ha servido de marco para relevantes celebraciones a nivel arquidiocesano.  En 1968, por ejemplo, se efectuó la toma de posesión canónica del tercer Arzobispo de la ciudad,  Monseñor Dr. Medardo Luzardo Romero.  En 1987, el Diácono Omar Márquez recibió la ordenación sacerdotal y en 1988, su eminencia el Cardenal  José Luis Lebrún, Arzobispo de Caracas visitó la ciudad.
Nuestra Señora de las Nieves es una de las Vírgenes de Venezuela que no han sido coronadas canónicamente.  Lo han sido hasta ahora La Chinita de Maracaibo, la Divina Pastora de Barquisimeto, La Consolación de Táriba, la del  Socorro de Valencia, La Coromoto de Guanare y Nuestra Señora de la Soledad de la Iglesia San Francisco de Caracas.  El Centro Catequístico de San Isidro ruega y aguarda que algún día no lejano lo sea, pero también depende de la devoción y el culto de los guayaneses que a veces se extingue y renace con la nieve del Monte Esquilino.

martes, 13 de marzo de 2012

La Virgen del Valle Patrona de la Diócesis


La Virgen del Valle es la Patrona de Margarita y del Oriente venezolano y también, desde el 27 de Abril de 1921, Patrona de la Diócesis de Guayana.
Septiembre es un mes mariano por excelencia y el día 8 de la natividad de María lo dedica el Santoral a las fiestas de la Virgen del Valle, patrona de Margarita y Oriente e igualmente patrona de la Diócesis (hoy Arquidiócesis) de Guayana. Por consiguiente, al comenzar el noveno mes del año, se moviliza el fervor de la feligresía devota en torno a Nuestra Señora del Valle, una de las tantas imágenes a las cuales la leyenda da origen inexplicable.
Los pescadores margariteños  abrigan versiones, entre ellas, una según la cual la imagen fue hallada por indios guaiqueríes de Palguarime en unos matorrales de chiguichigues, cardones y pitahayas, muy cercanos al lugar donde tiene atractiva iglesia de  estilo gótico.  Sin embargo, cronistas como el Hermano Nectario María han dado a la venerada un origen más real en el sentido de que la imagen se hallaba en la isla de Nueva Cadiz (Cubagua) en 1542 cuando el padre  Francisco Villacorta decidió trasladarla a Margarita, como sobreviviente del terremoto que destruyó a  aquella rica tierra de las perlas.
El culto y devoción por la Virgen del Valle desde hace más de 400 años ha avasallado a todo el Oriente y Sur y ello se acentuó más a partir de 1911 cuando el Papa León XIII dispuso su  Coronación canónica para lo cual delegó el 8 de septiembre de ese mismo año al Obispo de la Diócesis de Guayana Monseñor Antonio María Durán.  Su sucesor, Sixto Sosa Díaz, fue quien la proclamó años después como Patrona de la Diócesis.
La petición la hicieron el 8 de septiembre de 1920 los sacerdotes Adrián Ma. Gómez, Deán Provisor; Francisco Rodríguez, Canónigo Lectoral; Crisanto Alvins, Canónigo Magistral; Martín Guisadola y Ariosaga, Jesús García Gómez, Luis Ma. Díaz, Talarista; y los civiles católicos Eduardo Azanza, M. Silva Carranza, W. Monserrat Hermoso, Pablo Carranza, José Eugenio Sánchez Afanador, A.V. Aller, V. Salicetti, a. Anzola, V.  Hernández, Vicente Rafael Tovar, M. Carranza, Luis Fiangas, Lino Bossio y muchos otros feligreses.
La petición decía que “el clero y fieles de vuestra Diócesis, deseosos de que en ella esté colocada bajo un patrocinio especial, conforme se recomienda en el Canon 1278 del Código de Derecho Canónico y siendo tan antigua como general devoción dentro y aún fuera de sus confines el culto a la Santísima Virgen que bajo el título de Nuestra Señora del Valle, se le tributa en el Santuario de la Isla de Margarita, celebrándose su festividad el día 8 de septiembre y la siguiente octava, con afluencia de forasteros peregrinos de los lugares más remotos, consideramos que la Madre de Dios en la supradicha advocación diocesana, debe ser litúrgicamente constituida como Patrona, toda vez que ella se digna ejercer admirablemente ese patrocinio a favor nuestro, por los beneficios abundantes y prodigiosos con que de continuo corresponde a la plena confianza que ponemos en su bendita invocación.
“Por tanto acudimos a U.S. para suplicaros os sirvais acoger favorablemente esta manifestación con la cual proclamamos a Nuestra Señora del Valle por Patrona de la Diócesis de Guayana, elevando, si lo teneis bien, esta elección nuestra, al conocimiento de la sede apostólica, con la debida recomendación, para obtener la necesaria confirmación canónica, con los privilegios litúrgicos inherentes a semejante patrocinio”.
Monseñor Sixto Sosa Díaz, a quien fue enviada la solicitud, se hallaba en Ciudad Bolívar desde  1915, cuando fue nombrado Obispo Claudiapolis  y Administrador Apostólico de Guayana.  A raíz de la muerte de Mons. Antonio María Durán ocurrida en la ciudad el 16 de julio de 1917, fue designado octavo Obispo de la Diócesis y como tal dio su consentimiento pleno y elevó la solicitud ante la Sagrada Congregación de Ritos en Roma, en enero de 1921 anexando las firmas de los sacerdotes y de  millares de personas de toda la Diócesis.
La Sagrada Congregación de Ritos, al recibir la solicitud la presentó a Su Santidad el Papa Benedicto XV, a través del Cardenal Antonio Vico, prefecto de la congregación y el Santo  aceptó a la Virgen del Valle como Patrona principal de la Diócesis de Guayana, atribuyéndole todos los privilegios y honores que por derecho competen a los patronos principales de lugares.
El 5 de septiembre de 1921, Monseñor Sixto Sosa, asistido de numerosos sacerdotes de la Diócesis y multitud de fieles, hizo la solemne proclamación.
Cuando en la década de 1950 se construyó el nuevo Palacio de la Diócesis en las afueras de la ciudad, el primer Arzobispo Monseñor Juan José Bernal Ortiz, pidió  se le construyera anexo, una Capilla a donde fue entronizada la Virgen del Valle.  El sucesor Arzobispo Crisanto Mata Cova, considerado entonces por el  Presidente del Consejo Municipal Carlos Hernández Acosta “como el primer invasor” invadió al frente de una legión de familias sin techo, unos terrenos cercanos al Palacio y fundó el Barrio Virgen del Valle donde le fue erigida otra Capilla.
En 1936 Consuelo Pérez de Quejeiro propuso al Obispo Miguel Antonio Mejía entronizar en la Catedral la imagen de la Virgen del Valle, todo lo cual ella costearía agradecida por un milagro de la Virgen margariteña.  La imagen, tallada en madera, de 1.60 metros fue hecha en Barcelona de España, pero entonces la devota Consuelo Pérez Quejeiro no estuvo de acuerdo con el lugar que el Obispo le asignó en la Catedral y optó por conservarla en su casa de la calle Dalla Costa Nº 41  donde la señora María de Torres, ya nonagenaria, heredera universal de todos los bienes de Consuelo y junto con ella su hija Gladis Torres Pire, asumió  también como heredad la tradición de cuidar de la imagen y llevarla a la Catedral al comenzar septiembre para las festividades en su honor.

Y los milagros de la Virgen bonita de los pescadores y marinos, también de la Armada Venezolana, son profusos y se diseminan por toda Venezuela.  En marzo de 1950, día jueves a las siete de la mañana hubo uno en los Saltos de Mariba que antecede al Salto Aripichi en la desembocadura del Río Icabarú en el Caroní, que repercutió hondamente en la población guayanesa.  Dos curiaras grandes cargadas de mineros, entre ellos, José Urbano Taylor, Secundino Marcano, Miguel Requena Mister Ocona y José Peña, entre cincuenta de ellos, naufragaron y todos se salvaron incluyendo un saco o costal con 80 kilogramos  de granos herramientas y ropa que, y he aquí el milagro, flotó  y navegó sin hundirse no obstante su peso, hasta el lugar ganado a nado por los mineros.  En ese momento angustioso, José Peña exclamó cargado de fe que ese saco no podía irse al fondo porque “la Virgen del Valle no se ahoga”.  Dentro envuelto en la ropa  había colocado antes de partir, una estampa de la Virgen de Los Palguarime.
La Virgen del Valle es la más antigua de todas las vírgenes que hoy se veneran en Venezuela y la que mayor arraigo tiene en el alma de los habitantes de la región oriental del país.  Ese arraigo es alimentado por innumerables leyendas y las milagrosas salvaciones y otras intervenciones que le atribuyen quienes en el curso de casi cinco siglos han obtenido de ella toda suerte de favores.
De esos favores que explican los exvotos que se exhiben por millares en la Casa Parroquial del Valle, se ha escrito mucho y posiblemente sea más popular el del buzo que en el fondo del mar halló la ostra con la primera perla que había ofrecido a la Virgen por salvarlo de una gangrena que tuvo a punto de causarle la púa de una raya.  La perla hallada y que se puede ver entre los innumerables exvotos de la Virgen, se asemeja a una pierna con un punto negro en la zona donde el buzo resultó lesionado por el selacio.
Otro exvoto o milagro observable en la casa parroquial contigua al Santuario de estilo gótico en El Valle del Espíritu Santo de Margarita, es un medallón perteneciente al General Juan Bautista Arismendi, en el que habría rebotado la bala de un fusil disparado contra el héroe margariteño en una de las batallas de la guerra de Independencia.
Las promesas suelen pagarse con exvotos de plata y oro imitando con habilidad de orfebres cada caso particular resuelto. De ese modo es posible ver barcos salvados de tormentas o del coletazo de alguna ballena o huracán; marinos rescatados de naufragios; ojos de ciegos que volvieron a la luz; riñones curados de litiasis; senos de mujeres que escaparon del cáncer; morocotas de quienes pretendieron ganar con ellas mayores indulgencias; el trofeo del atleta que alcanzó la meta deseada como presillas y gorras de militares que lograron su ascenso.
Otro modo de pagar promesas, por lo común el propio día de la Virgen, es prenderle velas y cirios; llegar hasta su trono arrastrando las rodillas desde el atrio del Santuario y a veces desde la propia entrada del pueblo. Hemos visto pescadores y marinos revivir la escena del naufragio braceando la tierra a pecho limpio como si estuviera nadando en el mar, hasta llegar llorosos, implorantes y maltrechos a los pies de la virgen bonita de los margariteños.

Cap. III / Avanzadas Religiosas / Las Misiones

La evangelización del continente comenzó por Cumaná, antigua Nueva Andalucía, con los misioneros Fray Francisco Córdova y Fray de Garcés y se fue extendiendo por occidente-centro y luego el Alto Orinoco, Caroní y Río Negro, dando lugar a las Misiones más importantes y ricas del período colonial.
Las misiones o acción de los misioneros tenía por objeto desarrollar una conquista pacífica de las tierras descubiertas por los navegantes y adelantados hispanos, conformando núcleos embrionarios de futuros lugares o municipios como Upata, Guasipati, Tumermo, el Callao, San Félix, el Palmar y Santa Elena que empezaron por ser simples misiones y hoy son pueblos consolidados, social y económicamente importantes, dentro del contexto de la Región Guayana. Esto, aparte de cristianizar o evangelizar a los aborígenes penetrando a través de talleres, templos y escuelas, sus hábitos, costumbres ancestrales y culturales en general.
Numerosas Misiones se fundaron al Sur del Orinoco desde el Delta hasta más allá de los raudales y son comparativamente pocas, pero importantes, las que sobrevivieron a los constantes ataques de las tribus rebeldes y a las penurias y adversidades propias de la selva.
Para 1790, cuando fue erigida la Diócesis de Santo Tomás  de Indias como se llamó originalmente la después Diócesis de Guayana, existían en lo que es hoy  el territorio Sur del Orinoco, la Misión  de la Purísima Concepción de Nuestra Señora del Caroní, la cual  comenzó a fundar en 1724 el Padre Fray Jacinto de Sarría; la Misión de Nuestra Señora de los Ángeles del Yacuario que inició en  1730 el Padre Juan de Libia; la Misión de San José de Capapui, 1733, fundada por Fray Manuel de Castelltenjol;  Misión de Nuestro Padre San Francisco de Altagracia, 1734, por Fray Mariano de Cervera; Misión de la Divina Pastora, 1737, por Fray Fulgencio de Beaña; Misión de San Miguel del Palmar, 1746, por Fray Sebastián  de Igualada; Misión de Nuestra Señora de Monserrate del Miamo, 1748, por Fray Buenaventura de Santa Coloma  y Misión de San Fidel del Carapo, 1751, por Fray Antonio de Martorel; la Misión de Santa Eulalia de Marucuri, 1754, por Fray Buenaventura de Cebadle y Misión de San José de Leoniza de Ayma, por el Fray Enrique de Puigreitg.
También la de Nuestra Señora del Rosario de Guasipati, 1757, por Fray Francisco de Orgaña; Misión de Santa Cruz del Calvario, 1769, por  Fray Buenaventura de San Celonio; Misión de Santa Ana de Puga, 1769, por Fray Félix de Vich; Misión de San Ramón de Caruachi, 1763, por Fray Cerafin de Arcins; Misión de San Antonio de Huicsatanos, 1765, por Fray Miguel de Oloc; Misión de San Pablo Cumano, 1767, por Fray Agustín de Barna, Misión de Nuestra Señora de los Dolores de Puedpa, 1769, por Fray Pascual de Barna; Misión de San Pedro de Las Bocas, 1770, por Fray Salvador de Barna; Misión de San Buenaventura de Guri, 1771, por Fray Francisco de Darmas; Misión de San Miguel, 1779, por Fray Hermenegildo de Vich; Misión de Santa Clara, 1779 por Fray Matías de Tibisa; Misión de Santa  Magdalena de Currucay 1783, por Fray Diego de Palúa; Misión del Ángel Custodio de Aycana, 1785, por Fray Leopoldo de Barna y Misión de Nuestra Señora de Belén de Tumeremo , 1788, por Fray Mariano de Parafita.

Primeros Fundadores


El Hermano Nectario María, de las Escuelas Cristianas y profesor que fue del Instituto La Salle de Barquisimeto, dice en su Historia de Venezuela que los primeros religiosos  que se establecieron en Guayana fueron los Franciscanos integrados a la expedición de Antonio de Berrío, pero aclara que no fundaron Misiones ni tampoco en tal sentido tuvieron  éxito los ensayos de los Jesuístas Francisco Llaure  y Julián  Vergara, procedentes de la Nueva Granada.  De suerte que destacan los Capuchinos catalanes como los primeros fundadores de las Misiones en Guayana.
“En 1723 penetraron en la región del Caroní, donde hasta 1817 llegaron a fundar 31 poblaciones, que sumaban en la Independencia cerca de 25.000 habitantes, todos indios.  La misión de Guayana adquirió gran prosperidad y su organización  honra a sus autores.  Los misioneros establecieron sabias ordenanzas y en los pueblos que fundaron pusieron autoridades  locales con los mismos indios, que gobernaban bajo su vigilancia. Los naturales gozaban  de libertad y bienestar y disfrutaban de los bienes que pertenecían a la misión.
“Para el sostenimiento de los pueblos, los Capuchinos fundaron hatos y un ingenio para la elaboración de azúcar.  Había un Gobernador, llamado Prefecto para toda la misión, un  tesorero común y un procurador que compraba las mercancías  necesarias para todo el pueblo”.
En noviembre de 1725, el Padre Tomás de Santa Eugenia viajó a Barcelona y logró de Pedro Figuera, rico propietario de los llanos de Anzoátegui, 28 vacas y dos toros.  Estos animales se multiplicaron tanto que la misión  llegó a poseer 30.000 cabezas de ganado”.
Según Fr. Mariano Gutiérrez Salazar en su libro inédito dedicado al Vicario Constantino  Gómez Villa, son atribuibles a los misioneros una serie de exploraciones importantes de los ríos de Guayana. Así, en 1772, el PP. Tomás de Mataró y  Benito de La Garriga exploraron el Caroní, Ikabarú y la región del Mayarí en el Río Branco.  En 1774, el Paragua hasta las cabeceras del Paraguamusi, por el P. Félix de Vich.  En 1778, los ríos Chiwao, Caroní e Ikabarú, por el P. Mariano de Cervera. Este misionero igualmente exploró en años posteriores los ríos Parkupit, Kuyuní y Mazaruni.
Además de los Capuchinos fundaron pueblos en Guayana  los padres Franciscanos y en el período de Centurión abrieron un camino que iba desde Angostura hasta Esmeralda en el Alto Orinoco.  Así mismo los Jesuitas evangelizaron las regiones del Orinoco y Meta, desde el Aro hasta Atures y cuando en 1767 fueron expulsados por orden del Rey Carlos III, los Capuchinos se encargaron de los pueblos de misiones que dejaban en el territorio venezolano.

lunes, 12 de marzo de 2012

Expulsión de los Jesuitas


Los Jesuita, orden religiosa fundada en Francia en 1534 por San Ignacio de Loyola, con rasgos de gran originalidad, se extendió por el mundo sin restricciones gracias a la comprensión de Pablo III, y así  pudo establecerse en los llanos colombianos en 1664 de donde extendieron su acción hasta el Orinoco, desde el Aro hasta Atures.  Todo iba muy bien hasta que el Rey  Carlos III  decretó su expulsión de todos sus dominios. Siguiendo la línea  represiva de Portugal en 1759 y de Francia en 1762, contra la que se consideraba hasta entonces la más poderosa.  La presión de estos países contra la Compañía  de Jesús era tanta que el Papa Clemente XIV ordenó su disolución el 21 de julio de 1773.
Para este año de la expulsión, los misioneros con la anuencia del Gobernador de Andalucía de la cual dependía la provincia, se había dividido el territorio de Guayana así: Desde el mar hasta Angostura, los misioneros capuchinos; desde Angostura hasta el río Cuchivero, los Observantes de San Francisco y desde el Cuchivero hasta los  confines de Nueva Granada, correspondía a los Jesuitas.
A los misioneros jesuitas se les atribuye en Guayana la fundación de los pueblos Carichana, Sinaruco, San Lorenzo,  Domo, Piaroa, Atures, La Urbana, Concepción de Uyape, San José de Parguaza, Santa Bárbara, San Francisco Regis, Santa Teresa, San Francisco de Borjas, Cabruta y San Luis de la Esmeralda.  La mayoría de estos pueblos fundados desde el Cuchivero hasta Colombia, fueron destruidos por los ataques constantes de los Indios Caribes y por el abandono y muerte de los misioneros.
Dice Talavera Acosta en sus Anales de Guayana que la orden de expulsar a los Jesuitas que importante labor realizaban en Guayana y Colombia, la recibió de España el Virrey Fray Pedro  Messia de la Zerda y le tocó al Gobernador  Manuel Centurión ejecutarla. Este Virrey realizó un excelente trabajo en tres años y fundó con las bibliotecas particulares de los Jesuitas expulsados, una pública e intentó fundar una Universidad “que no tuvo efecto, porque el proyecto de estatutos que envió a las Cortes en consulta tenía ideas muy adelantadas para la época y fue rechazado por ellas”.
La Orden de los Jesuitas fue reestablecida en 1814 por el Papa Pío VII.

Liquidación de las Misiones

 
Las Misiones en Venezuela quedaron liquidadas durante la Guerra de Independencia, pero en Guayana a partir de 1817 que entró el Ejército patriota para restablecer la República.  Todos los pueblos misioneros tomados coronaron fatalmente con la ejecución de 20 frailes Capuchinos y dos legos (enfermeros) que atendían las Misiones del Caroní.
Los 20 religiosos, los dos legos y otros que escaparon, fueron apresados en las distintas Misiones que regentaban y encerrados en el Templo de San Ramón de Caruachi, por considerar los patriotas que siempre estuvieron al lado de los realistas, eran sus principales proveedores y ejercían gran influencia sobre sus territorios.
Pero cuando se creía que los misioneros no pasarían de ser meros presos políticos a los que finalmente se castigarían poniéndolos de vuelta a España, aparecen degollados en masa sobre una laja cercana al pueblo de la Misión de San Ramón de Caruachi, al poniente de Upata.
La degollina ocurrida en mayo de 1817, justamente al mes de los sucesos de la Casa Fuerte (7 de Abril de 1817), fue considerada como venganza por lo que los realistas hicieron en Barcelona, asesinando a ancianos, mujeres, niños y enfermos que allí se refugiaban.  Sea como haya sido fue condenado por la conciencia  pública como un hecho cruel y sanguinario, innecesario e indigno de la causa republicana.
Relatan las crónicas que el primero de ellos en caer con la cabeza cercenada fue el Padre Mariano de Parafita, fundador de la Misión de Nuestra Señora de Tumeremo, seguido de  José Antonio de Barcelona, encargado de la misión de Santa Clara de Yavaragana; Diego de Palau, de la Iglesia Purísima Concepción del Caroní; Matías de Tibisa, de San Félix; Gerónimo de Badalona, de Santa María de Yacuario; Luis de Cardadén, de San Isidro de Barceloneta o La Paragua; Josef de Valls, de San Francisco de Altagracia; Celso de Reus, de Nuestra Señora de los Dolores de Puedpa; Ramón de Villanueva, de la Divina Pastora del Yuruary; Miguel de Geltrú, de San Santa Eulalia de Merecuri; Ildefonso de Mataro, de San José de Lonisa de Ayma; Fidel de Hospitalet, de Nuestra Señora del Rosario de Guasipati; Joaquín de San Vicente de Llavanera, de Barceloneta; Esteban de Sabadell, de San Ramón de Caruachi; Ángel de Barcelona, de San Antonio de Upata; Valentín de Tortosa, de Upata y Honorio de Barcelona, de Santa Magdalena de Currucay, más los enfermos Antonio de Say y Mariano de Triana.  Uno a uno, cayeron decapitados sobre la piedra soleada de Caruachi, incinerados luego y arrojados al río.
En su libro “La Guayana del Libertador”, Manuel Alfredo Rodríguez cita a Lino Duarte Level, quien afirma que el Libertador visitó por primera vez la capital  de las misiones llamada Purísima Concepción de Nuestra Señora de María Santísima del Caroní, el 5 de mayo de 1817  y que al día siguiente se reunió con el Coronel José Félix Blanco, sacerdote patriota que gobernaba las Misiones por nombramiento de Piar que había ratificado Bolívar.
La reunión fue para escoger un lugar seguro a fin de alojar a los veinte misioneros y los dos legos enfermos concentrados por Piar en San Ramón de Caruachi.  Según la versión atribuida al Padre Blanco, Bolívar consideraba procedente el traslado de los misioneros para evitarles “insultos y vejaciones de tantos locos que hay en nuestras tropas, pero permaneciendo allí hasta que ocupado el Orinoco por nosotros como lo será pronto por el Almirante Brión, podamos echarlos fuera y que se vaya con Dios”.
El Padre José Félix Blanco sugirió los lejanos  poblados del Distrito Este de la Misión llamados San Félix Cantalicio de Tupuquén y Nuestra Señora de Belén de Tumeremo con lo que Bolívar estuvo de acuerdo.  Continúa Blanco diciendo que cuando se ocupaba de tomar las medidas del caso, fue llamado a presencia del Libertador, pero que cuando pisaba el último escalón de la escalera del Convento, Bolívar indignado y a gritos habló así: “No se los decía yo a ustedes ahora rato, que le temía a los locos del ejército.  Acabo de saber que los desalmados han asesinado a los frailes de Caruachi a la luz del día...” Efectivamente en la mañana del 7 de mayo, los religiosos fueron sacrificados a orillas del Caroní por la guarnición indígena del Caruachi.  Los  jefes militares del lugar eran Jacinto Lara y el Capitán Juan e Dios Monzón, oficiales de Bolívar llegados el mismo día en reemplazo del capitán piarista Juan Camero.
A partir de ese suceso cruento aún  no esclarecido objetivamente por los historiadores, las Misiones quedaron liquidadas.